Debido a la naturaleza de mi
trabajo (o más bien trabajos) tengo la oportunidad de vivir “a lo prehispánico” de vez en
cuando, quiero decir que puedo disfrutar
de la simplicidad de los trueques. Gracias a una de estas afortunadas
negociaciones se me permite asistir a un conocido club deportivo para nadar y
realizar otras actividades sudoristicas. Me
gusta nadar y me gusta el ejercicio, me causan gracia las “señoras tortuga” que van a natación, nadan lentas una tras otra,
bien coordinadas. Me gustan las regaderas del lugar, buena temperatura y buena
presión aunque he de decir que los vestidores son algo “pecularies”; saliendo
de la regadera me encuentro con una degustación de pastel de zanahoria,
promovido por la señora que también vende ropa y accesorios para mujeres, el
pastel lo hace su hija y recibe encargos con tres días de anticipación. Camino
al vestidor brinco los trapeadorazos de “la guera”, la señora de limpieza,
trapea con enjundia mientras me recuerda con su voz apresurada y gangosa “vendo
chia y linaza mija”. Una vez vestida me preparo para secarme la abundante y
crespa cabellera no sin antes rechazar una crema hidratante para la piel y una
sudadera “aerodinámica” que una señora remataba porque ya era la última que le
quedaba. Me hago un espacio en el espejo para maquillarme, procuro no molestar
mucho a “Mary joyería” (así se le conoce en el bajo mundo del vestidor) porque
está anotando en su libretita de abonos y usa el lavamanos de escritorio. No cabe duda señor, son tiempos difíciles,
pero más difícil es arreglarse en los vestidores de este gimnasio
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